El quetzal, moneda oficial de Guatemala, se creó el 26 de noviembre de 1924 durante el gobierno de José María Orellana, mediante el Decreto 879 de la Ley Monetaria. Con este cambio, se dejó atrás el peso guatemalteco para adoptar una nueva moneda que representara la identidad y aspiraciones del país. Desde sus inicios, el quetzal se dividió en 100 centavos, con un valor inicial de 1.10 dólares estadounidenses por quetzal, reflejando la confianza en su fortaleza económica.
A lo largo de los años, la moneda ha enfrentado transformaciones y desafíos. En la década de 1980, el quetzal igualó su valor al dólar y, con el tiempo, llegó a oscilar entre Q7 y Q8.30 por dólar a principios de los 2000. A pesar de estas fluctuaciones, logró estabilizarse rápidamente, manteniéndose en un promedio cercano a Q7.65 por dólar, consolidándose como una de las monedas más estables en América Latina.

Lo que hace al quetzal particularmente especial es su resistencia a los cambios drásticos que otras monedas de la región han experimentado. Mientras países como México, Brasil, Argentina y Chile han introducido nuevas denominaciones o reemplazado sus monedas debido a crisis económicas o hiperinflaciones, el quetzal se ha mantenido firme. Incluso frente a la dolarización de economías como la de Ecuador o los frecuentes ajustes monetarios de Venezuela, el quetzal sigue siendo un ejemplo de solidez financiera.
Con casi 100 años de existencia, el quetzal no solo ha sido testigo de la historia económica mundial, sino que también ha resistido los efectos de eventos globales como la Segunda Guerra Mundial, que llevaron a la desaparición de muchas monedas en el planeta. Su permanencia lo posiciona como una de las unidades monetarias más antiguas que no ha sufrido reconversiones significativas, destacándose por su poder adquisitivo y estabilidad a lo largo del tiempo.
Este legado monetario es un reflejo del compromiso de Guatemala con la prudencia económica y el desarrollo sostenible. El quetzal no solo representa una herramienta financiera, sino también un emblema de confianza y resiliencia para los guatemaltecos, recordándoles que su nación, a pesar de los desafíos, puede mantenerse fuerte en un entorno cambiante.